Hay épocas en que uno despierta. Se
lleva las manos a la cara, se toca el pecho, las piernas, y toca la
espalda de quien está a su lado, con la esperanza de que se alguien
conocido, o al menos atractivo. Lugo mira a su alrededor, ubica
visualmente su ropa; y según si descubrió la identidad de su
acompañante o no, se levanta silenciosamente, recoge su ropa, revisa
si hay indicios de la existencia y uso de preservativos, e intenta
rearmas sus memorias de la noche anterior.
Estas líneas, no se tratan de esta
época.
La que le sigue, supone despertar
siempre con la misma persona. Limpiarse la nariz en frente de la
misma persona, incluso ir al baño con la puerta abierta. Época en
que una se aferra a la rutina, es devorada por la rutina, y es
aniquilada por la rutina.
Pero estas líneas, tampoco se tratan
de esta época. Si no de la que le sigue.
Una época, en la que una se despierta
sola. Con pijama de abuela. Posiblemente sin depilarse en varios
días. Desayuna leche con avena, y busca algún panorama sin muchas
esperanzas. Un época en que se intenta recostruir lo que tenía, lo
que se era; pero cuando el mundo ya te ha olvidado y pocos tienen tu
número, y tienes el número de pocos, y se hace tarde, y tienes
sueños, y mejor quedarse en casa a dormrir, en vez de salir a dar
vueltas, porque ya no tienes la energía de antes, etc.
Esta
época, estos días inciertos y coquetones; sus alegrías y
sorpresas, sus desencantos e idioteces, son los que quiero
plasmar en estas líneas.